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"Los heridos en la batalla, en lúgubres hospitales de dolor; los tristes corredores, los fríos suelos de piedra.
¡Mirad! En aquella casa de aflicción Veo una dama con una lámpara. Pasa a través de las vacilantes tinieblas y se desliza de sala en sala.
Y lentamente, como en un sueño de felicidad, el mudo paciente se vuelve a besar su sombra, cuando se proyecta en las obscuras paredes."
Este poema de Longfellow condensa la historia casi legendaria de Florencia Nightingale y su obra maravillosa como enfermera durante la guerra de Crimea. Esa historia forma parte de los anales que registran los servicios prestados a la humanidad: un ángel de misericordia cuya sola presencia llevaba la felicidad a muchos miles de hombres desdichados; la luz que en las angustiosas horas nocturnas proyectaba esta incansable mujer, cuyo trabajo, que se había impuesto voluntariamente, no conocía el reposo; los soldados que besaban su sombra, cuando ella pasaba. "La Dama con la Lámpara". Una historia maravillosa: tan hermosa, que casi parece demasiado sentimental. Demasiado sentimental, si no advertimos todo el esfuerzo que está detrás de ella Alguien dijo de Florencia Nightingale: "Benditos sean los dominantes, porque ellos tendrán dominio". Y ella misma, con un raro humor de autocensura, confesó: "¡Oh, Señor! Aun ahora estoy intentando quitarte de las manos el gobierno de Tu mundo. En 1854, incitada a la acción por el monstruoso desbarajuste de los hospitales de Crimea, formuló la sorprendente propuesta de que ella, mujer soltera y de treinta y cuatro años, podría proporcionar un cuerpo de mujeres bien preparadas para atender a los soldados como enfermeras.
La propuesta fue recibida con un clamoreo de horror. El ejército temía que habría que "proteger" a aquellas "mujeres indefensas", los médicos temían que se extralimitasen en sus funciones; y la Inglaterra respetable levantó el grito, alarmada por la moral de aquellas mujeres. Pero Florencia Nightingale no se dejó intimidar, y siguió su camino.
Ni fue un ángel auxiliar para los inútiles directores del servicio hospitalario. Sus cartas son modelos de cólera cristiana. Lord Herbert, su defensor en la metrópoli, le rogaba con frecuencia que bajase el tono cuando hablaba contra las autoridades.
Entre tanto, ella trabajaba noche y día como enfermera y como administradora. En ocasiones, se sostuvo con una taza de te o un sorbo de whisky desde las cinco de la mañana hasta las once de la noche. No es de extrañar que cayese enferma y tuviera que pasar varios meses entre la vida y la muerte en uno de los hospitales que había rescatado de la incompetencia más extrema.
Si leemos sus cuadernos de notas, encontrarernos el secreto de aquel celo con que consagró su vida a los demás, porque su extraordinaria inteligencia se alimentó en el constante estudio del misticismo cristiano, y su vida fue, manifiestamente, la expresión de sus creencias religiosas. He aquí una nota, que representa típicamente a otras muchas:
"El camino para vivir con Dios es vivir con las ideas, no meramente pensar sobre los ideales, sino actuar y sufrir por ellos. Los que tienen que trabajar como hombres y mujeres deben sobre todas las cosas tener un ideal espiritual, que es su finalidad, siempre presente. El estado místico es la esencia del sentido común." No deja de ser significativo que este exquisito pasaje proceda de una nota titulada Desahogos.
Ni fue un ángel auxiliar para los inútiles directores del servicio hospitalario. Sus cartas son modelos de cólera cristiana. Lord Herbert, su defensor en la metrópoli, le rogaba con frecuencia que bajase el tono cuando hablaba contra las autoridades.
Entre tanto, ella trabajaba noche y día como enfermera y como administradora. En ocasiones, se sostuvo con una taza de te o un sorbo de whisky desde las cinco de la mañana hasta las once de la noche. No es de extrañar que cayese enferma y tuviera que pasar varios meses entre la vida y la muerte en uno de los hospitales que había rescatado de la incompetencia más extrema.
Si leemos sus cuadernos de notas, encontrarernos el secreto de aquel celo con que consagró su vida a los demás, porque su extraordinaria inteligencia se alimentó en el constante estudio del misticismo cristiano, y su vida fue, manifiestamente, la expresión de sus creencias religiosas. He aquí una nota, que representa típicamente a otras muchas:
"El camino para vivir con Dios es vivir con las ideas, no meramente pensar sobre los ideales, sino actuar y sufrir por ellos. Los que tienen que trabajar como hombres y mujeres deben sobre todas las cosas tener un ideal espiritual, que es su finalidad, siempre presente. El estado místico es la esencia del sentido común." No deja de ser significativo que este exquisito pasaje proceda de una nota titulada Desahogos.